Con mucha expectativa y entusiasmo nos
estamos preparando para la peregrinación al Centro de Espiritualidad de
Fátima, uno de los tradicionales y tan esperado acontecimiento religioso
de nuestra provincia de Misiones. Por ello quiero invitarlos a
reflexionar juntos, acerca de nuestra fe y el sentido que adquiere
nuestra vida como peregrinos en esta tierra.
Como
seres humanos, desde nuestro nacimiento estamos en un continuo
peregrinar, siendo pasajero nuestro paso por este mundo. Como hombres y
mujeres de fe, nuestra meta es el encuentro final con nuestro Padre,
llegar a la “Tierra prometida”, la vida plena y eterna.
En
este sentido, cada peregrinación es una profunda experiencia espiritual
donde salimos al encuentro con Cristo que nos convoca en comunidad para
vivir un camino de conversión. El deseo de iniciar una peregrinación
implica nuestra sed de búsqueda, nuestra convicción de que lo que
tenemos no es lo esencial y partimos convencidos de encontrar lo único
que necesitamos.
La vida del
peregrino implica dinamismo y movimiento. Creo que como país estamos
nuevamente en un estancamiento, tanto a nivel económico como social. Sin
duda, es necesario el dinamismo de la fe y la esperanza. Una esperanza
que nos haga caminar como la Sagrada Familia, sorteando todas las
adversidades de la vida.
Sin
embargo, la actitud del peregrino nos recuerda que nunca estamos solos
en el caminar de la vida. Siempre hay alguien a mi lado que me anima y a
su vez necesita de mi ayuda para llegar a destino.
La
peregrinación, al igual que la vida, es una escuela de amor y caridad
universal. Caminar juntos en comunidad hacia una misma meta, al
encuentro de la misma persona que nos espera, consolida lazos fraternos
mediante actos sencillos y concretos como compartir, ayudar, esperar,
caminar al paso del otro.
Cada
nueva peregrinación nos recuerda que la Divina Providencia, nos asegura
que nunca estamos solos y que Él siempre está con nosotros, como
compañero de camino, sosteniéndonos en todos los momentos de la vida. La
peregrinación es un tiempo de renovación en la esperanza; es señal de
la búsqueda incansable de Dios a pesar de las dificultades. Porque
alguien nos espera al final del camino.
Ser
peregrino en esta vida nos invita a descubrir y abrirnos a la novedad
de Dios, nos enseña a no estar apegados a situaciones y recuerdos del
pasado que nos quitan la alegría de la vida. Nos hace tomar consciencia
de la transitoriedad de la vida y nos invita a encomendarnos a la
fuerza de lo Alto en el recorrido de la vida, confiando en aquel que nos
carga a cuestas cuando nuestras fuerzas no bastan para seguir andando.
En
nuestro peregrinar cotidiano nos enfrentamos con una serie de pruebas y
apuros que desafían nuestra determinación y nuestra fe, sobre todo la
fe en nosotros mismos y aprendemos que para llegar a destino es
necesario sortear peligros y tentaciones amenazadoras. Ser peregrinos
nos revela la convicción profunda de que estamos en una permanente
lucha. Por eso San Pablo nos dice: “He combatido bien mi combate, he
corrido hasta la meta, he mantenido la fe” (Tim 4, 6-8).
El
tiempo de preparación de un peregrino es transformador, pues se
convierte en un tiempo de espera anhelante, de oración, de alabanza, de
admiración por lo que vemos, oímos, y todo eso nos lleva a la adoración
del Dios vivo.
Les deseo a todos
los peregrinos que en el camino de la vida se sientan colmados de
bendiciones y que el próximo domingo podamos caminar con nuestra Madre
María al encuentro de Jesús para que ella nos regale todas las gracias
que necesitamos, especialmente una fe firme en Jesús y la fortaleza que
nos permita superar las cruces cotidianas de la vida.
P. Juan Rajimon
Misionero del Verbo Divino
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