7 de mayo de 2013

Caminando renovemos el don de la fe...

Con mucha expectativa y entusiasmo nos estamos preparando para la peregrinación al Centro de Espiritualidad de Fátima, uno de los tradicionales y tan esperado acontecimiento religioso de nuestra provincia de Misiones. Por ello  quiero invitarlos a reflexionar juntos, acerca de nuestra fe y el sentido que adquiere nuestra vida como peregrinos en esta tierra.
 
Como seres humanos, desde nuestro nacimiento estamos en un continuo peregrinar, siendo pasajero nuestro paso por este mundo. Como hombres y mujeres de fe, nuestra meta es el encuentro final con  nuestro Padre, llegar a la “Tierra prometida”, la vida plena y eterna. 
 
En este sentido, cada peregrinación es una profunda experiencia espiritual donde salimos al encuentro con Cristo que nos convoca en comunidad para vivir un camino de conversión. El deseo de iniciar una peregrinación implica nuestra sed de búsqueda, nuestra convicción de que lo que tenemos no es lo esencial y partimos convencidos de encontrar lo único que necesitamos.
 

La vida del peregrino implica dinamismo y movimiento. Creo que como país estamos nuevamente en un estancamiento, tanto a nivel económico como social. Sin duda, es necesario el dinamismo de la fe y la esperanza. Una esperanza que nos haga caminar como la Sagrada Familia, sorteando todas las adversidades de la vida.
 
Sin embargo, la actitud del peregrino nos recuerda que nunca estamos solos en el caminar de la vida. Siempre hay alguien a mi lado que me anima y a su vez necesita de mi ayuda para llegar a destino.
 
La peregrinación, al igual que la vida, es una escuela de amor y caridad universal. Caminar juntos en comunidad hacia una misma meta, al encuentro de la misma persona que nos espera, consolida lazos fraternos mediante actos sencillos y concretos como compartir, ayudar, esperar, caminar al paso del otro.
 
Cada nueva peregrinación nos recuerda que la Divina Providencia, nos asegura que nunca estamos solos y que Él siempre está con nosotros, como compañero de camino, sosteniéndonos en todos los momentos de la vida. La peregrinación es un tiempo de renovación en la esperanza; es señal de la búsqueda incansable de Dios a pesar de las dificultades. Porque alguien nos espera al final del camino.
 
Ser peregrino en esta vida nos invita a descubrir y abrirnos a la novedad de Dios, nos enseña a no estar apegados a situaciones y recuerdos del pasado que nos quitan la alegría de la vida. Nos hace tomar consciencia de la transitoriedad de la vida y nos invita a encomendarnos  a la fuerza de lo Alto en el recorrido de la vida, confiando en aquel que nos carga a cuestas cuando nuestras fuerzas no bastan para seguir andando.
 
En nuestro peregrinar cotidiano nos enfrentamos con una serie de pruebas y apuros que desafían nuestra determinación y nuestra fe, sobre todo la fe en nosotros mismos y aprendemos que para llegar a destino es necesario sortear peligros y tentaciones  amenazadoras. Ser peregrinos nos revela la convicción profunda de que estamos en una permanente lucha. Por eso San Pablo nos dice: “He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe” (Tim 4, 6-8).
 
El tiempo de preparación de un peregrino es transformador, pues se convierte en un tiempo de espera anhelante, de oración, de alabanza, de admiración por lo que vemos, oímos, y todo eso nos lleva a la adoración del Dios vivo.
 
Les deseo a todos los peregrinos que en el camino de la vida se sientan colmados de bendiciones y que el próximo domingo podamos caminar con nuestra Madre María al encuentro de Jesús para que ella nos regale todas las gracias que necesitamos, especialmente una fe firme en Jesús y la fortaleza que nos permita superar las cruces cotidianas de la vida.


P. Juan Rajimon
Misionero del Verbo Divino
 

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