22 de noviembre de 2013

Reavivemos nuestra fe

Un nuevo año llega a su fin. Y coincidentemente estamos clausurando el año de la fe. Aunque se hará un cierre simbólico de los festejos del año de la fe, sabemos que la fe estará siempre presente hasta el fin del mundo. Hoy quisiera reflexionar sobre la importancia de la fe en nuestra vida cotidiana, especialmente en los momentos que las adversidades de la vida nos desafían y nos desestructuran.
La fe más que un conocimiento intelectual y teórico, es un don de Dios que nos permite ver las cosas desde la luz divina que nos ilumina y nos sostiene. Es encontrar y mantenernos en la presencia de Dios en cada uno de los acontecimientos cotidianos. Como dice la misma Palabra, la fe es una gracia y un regalo para los sencillos, los pequeños: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has mostrado a los sencillos las cosas que escondiste de los sabios y entendidos. Sí, Padre, porque así lo has querido” (Lc 10, 21).
Para poder gozar del don de la fe hay que creer en la gracia Divina, la confianza en un Dios que todo lo puede y es “capaz de…”,  aun más allá de nuestras limitaciones humanas. Eso es creer. Creer en un Dios vivo, que está a nuestro lado en todos los momentos de la vida. 


Decimos que la fe es una virtud teologal, porque concretamente ella viene del cielo, de Dios. La tenemos por la Gracia y el don del Bautismo y crece en nosotros cuando la pedimos y cuando la buscamos. También se va debilitando nuestra fe cuando no la nutrimos con una vida espiritual adecuada, cuando falta oración y contemplación.
Para que la fe se vaya nutriendo y creciendo en nuestra vida hay que alimentarla con nuestra relación interpersonal con Dios. Esto implica proclamarlo a Dios, como Señor de la historia que camina junto a mí. La verdadera fe no depende de una cultura, lo que pueda recibir en un culto. El mismo Jesús en la Biblia se admira de la fe del centurión que confía plenamente en el poder de Dios y dice: “No he visto en toda Jerusalén alguien con tanta fe como éste hombre” (Mt 8,10). Para que podamos ver los frutos de la fe hay que fortalecerla con la oración, porque la fe viene de la mano de la oración. Muchas veces a nuestra fe le falta oración, le falta vigor, le falta fortaleza. 
El camino de la fe viene de la mano de Dios y lo confirma Jesús en nosotros. El modelo de  fe es María. Ella cree y deja que Dios obre en su Hijo “que se cumpla en mí la Palabra”. La Palabra Jesús. María recibe de Isabel la confirmación de la alegría con que Dios ve su respuesta “feliz de ti por haber creído en la Palabra del Señor”. Para quien cree, la fe es fuente de alegría inagotable. Este gozo de la fe hay que compartir y anunciar para que la fe vaya creciendo en otras personas. Es tarea y misión de cada cristiano. Como dice el papa Francisco: “La fe es como una llama, que cuanto más se comparte, más se aviva”.
Vivir la fe y compartirla nos lleva a un mayor compromiso de amor con nuestros hermanos. Todos los cristianos estamos llamados a ser verdaderos testigos de nuestra fe, “en palabras y hechos”. El apóstol Santiago nos reta: “Si un hermano o hermana no tienen con que vestirse ni qué comer y ustedes le dicen ‘Que les vaya bien, caliéntese y aliméntese’, sin darles lo necesario para el cuerpo, ¿de qué les sirve eso? Lo mismo ocurre con la fe: si no produce obra, es que está muerta. Y sería fácil decirle a uno: ‘Tú tienes fe pero yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin obras, y yo te mostraré mí fe a través de las obras” (Stgo 2, 15-18). 
Ojalá que nuestra vida sea un constante búsqueda de la fe, para poder iluminar nuestro entorno con una fe viva, que contagie y anime a quienes caminan con dificultades por los caminos de la vida.


P. Juan Rajimon
Misionero del Verbo Divino

No hay comentarios.:

Publicar un comentario