11 de marzo de 2014

El gozo de la cuaresma

Estamos transitando un tiempo especial en la vida de fe como Iglesia, la Cuaresma, en el cual nos acercamos hacia la pasión de Cristo con la esperanza puesta en la Pascua. Aunque los signos cuaresmales nos indican un clima de austeridad y tristeza, desde lo espiritual la Cuaresma es un tiempo de gozo, que nos invita a experimentar la serena alegría de la conversión, del nacimiento a una nueva vida, del encuentro, íntimo y renovado con el Señor.
 
Es una experiencia de gozo, porque nuevamente Dios nos regala otra oportunidad para renovarnos y convertirnos a su amor, a pesar de nuestras miserias humanas y nuestra pequeñez. 
 
La experiencia de la contemplación de la Cruz en el tiempo de cuaresma nos recuerda la esperanza de la gloria de la Resurrección; nos demuestra que no hay nada imposible para Dios y que la muerte no es el fin de todo, sino que es un paso hacia la vida nueva.  
 
Cuaresma es un tiempo de gozo donde nos damos cuenta que la reconciliación es el camino a Dios en este mundo fragmentado en que vivimos. Es la respuesta que Dios nos regala en medio de los viernes santos que vivimos a diario: por las injusticias, falta de paz y armonía en el hogar, la crisis social y económica. 
 
Nos invita a confiar plenamente en el Amor Misericordioso de nuestro Dios Padre. 
 
Es una oportunidad para reconciliarnos con nosotros mismos. A pesar de nuestras miserias humanas, pecados, limitaciones, arrogancias, Dios nos llena de bendiciones, regalándonos la vida nueva. 
Es necesario, que en esta Cuaresma, no sólo miremos hacia afuera que es muy fácil, sino que miremos hacia nuestro interior para poder reconciliarnos con nuestra humanidad, como lo hizo Jesús nuestro maestro.
 
Tratar de vivir estos días que se nos regalan, en clave de reconciliación, nos ayuda a asumir las muertes y la Muerte que no deja de producirse en nosotros y por nosotros, pero también nos ayuda a luchar, a colaborar en la tarea de transformación de la realidad. Nos ayuda a creer, a creer que su Muerte tuvo sentido y que, como dice Pedro, sus heridas nos han curado…
 
El cristiano, como nos exhorta San Pablo (1 Tes 5, 16), debe estar siempre alegre. Pero la alegría cristiana no es huida de las propias responsabilidades. No es un aturdirse con los placeres fugaces del presente. 
La alegría cristiana consiste en encontrar la propia dignidad perdida, tras haber entrado de nuevo en nosotros mismos y haber escuchado la Palabra de Cristo. 
 
La Cuaresma es el tiempo apto para llevar a cabo esta recuperación, este nuevo encuentro de nuestro “yo” auténtico. Nuevo encuentro que se da en una seria escucha de la invitación evangélica a la conversión. En un ejercicio ferviente de las obras de misericordia, que nos disponen a recibir misericordia. 
 
La Cuaresma es ocasión propicia para interrogarnos sobre la calidad y el motivo de nuestras alegrías. Porque la cruz del cristiano tiene sentido si es una cruz que nos llena de esperanza. 
 
Una cruz que muestre que por allí pasó Jesús pero que no se quedó porque el cristiano vive la alegría de la Resurrección aún en medio de la muerte y del dolor, porque Cristo vive y nada puede agobiarnos.
 
 Tratemos entonces en estos días en que revivimos los últimos días de Jesús en la tierra, de compartir con todos la alegría de ser hijos de Dios y descubrir el amor de Padre, al ofrecer la muerte de su hijo, como semilla de verdadera vida. 

P. Juan Rajimon
Misionero del Verbo Divino

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