23 de abril de 2014

Pascua, fiesta de la luz y la vida

El domingo pasado hemos celebrado el acontecimiento central de nuestra fe, la resurrección de Jesús. La Pascua de Resurrección no es un simple hecho anecdótico, sino que es un suceso trascendental que cambia toda nuestra realidad. La resurrección de Cristo es motivo de alegría y felicidad porque nos da la certeza de una vida que no termina con la muerte, sino que nos asegura la vida eterna. Como nos dice San Pablo: “¡Cristo resucitó! Esto nos enseña que también resucitarán los que murieron” (1Cor 15, 20). 
 
Los que tenemos unos cuantos años de vida, hemos celebrado muchas pascuas y a menudo suele ser un acontecimiento más que pasa sin significar demasiado en nuestra vida. Por eso quisiera que reflexionemos el verdadero sentido que debemos dar a la resurrección de Cristo en nuestra vida ya que es una experiencia vital. Los apóstoles, cuando vieron a Jesús, se dieron cuenta de que la muerte había sido vencida. Por eso cada fiesta de Pascua debe ser una oportunidad para renovar nuestra experiencia de un Dios vivo y presente. 
 
Esta experiencia de un Dios vivo nos hace mirar los acontecimientos de la vida con los ojos de la fe. Muchos de nuestros problemas cotidianos nos quitan la alegría de la vida y no son pocos los que viven como muertos en la misma vida, sin esperanza y sin entusiasmo; algo muy similar a lo que vivieron los mismos apóstoles inmediatamente después de la muerte de Jesús. Sin embargo, la experiencia de la resurrección les regaló una vida nueva: superaron los miedos y los desánimos para iniciar el anuncio de la Buena Nueva. Es la experiencia que hemos de vivir cada vez que celebramos la Pascua de Resurrección, sentirnos renovados y animados para cumplir la misión con alegría y entusiasmo. 
 
Como sociedad es una invitación para renovar nuestro compromiso mutuo de amor y fidelidad, a la misión que Dios ha encomendado a cada uno de nosotros. Jesús nos propone el camino de las bienaventuranzas, que es el camino de la felicidad más auténtica: el camino de la libertad, que es desprendimiento de lo superfluo; el camino de la paz, siendo pacíficos de corazón y pacificadores en medio del mundo, el camino de la misericordia; el camino de la pureza de corazón; el camino del hambre y sed de ideales grandes y de santidad.
 
La resurrección de Cristo nos muestra que nuestra vida no termina con la muerte; y ese acontecimiento nos lleva a comprender y a comprometernos más con todo lo que nos rodea. Él nos regala la esperanza de la vida eterna que nos asegura la victoria sobre la muerte.  Cristo está vivo, es el mediador entre el cielo y la tierra. Él renueva y transforma toda nuestra realidad con su amor. La historia humana, al unirse al amor de Cristo, se transforma en historia de salvación. La resurrección de Cristo también es una continuidad de este inmenso amor del Padre a toda la humanidad que supera y vence todas las cruces de nuestra vida cotidiana. 
 
La resurrección de Cristo es un abrirnos a la acción del Espíritu Santo en la fe. El Espíritu de Dios, el Espíritu del resucitado que nos guía para mirar la vida no desde los signos de la muerte, sino desde la esperanza de la vida eterna. Nos invita a una profunda alegría para ser testigos de su resurrección en nuestro entorno. Así como en la primera comunidad Cristiana ojalá que se puedan percibir los frutos de la resurrección en el amor y la alegría que se vive y se comparte para que la Pascua adquiera su verdadero sentido. 
 
¡Que tengamos todos una ¡Feliz Pascua de Resurrección!

P. Juan Rajimon
Misionero del Verbo Divino

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