8 de abril de 2014

Semana de silencio interior

Sin duda que, en estas últimas semanas, son muchas las invitaciones que llegan a nuestros oídos. Por un lado, recibimos el llamado a prepararnos para celebrar una de las fiestas más importantes del año litúrgico: Pascua de Resurrección, que es el acontecimiento salvífico por excelencia de nuestro Dios que nos llena de esperanza. 
 
Pero además son muchas las propuestas para pasar la Semana Santa de una manera distinta: con un viaje hacia las playas, montañas o al menos con un mini turismo religioso. 
 
Obviamente que no hay nada malo en hacer un alto en el trabajo y descansar un poco de tantas corridas del año. Pero también estos próximos días, es la oportunidad ideal para hacer un viaje interior que nos ayude a significar y vivir profundamente el gran misterio pascual que estamos por celebrar. 
 
Los festejos de la Pascua están anticipados por la Semana Santa, que nos recuerdan la pasión y muerte de Cristo, donde, manifestando su amor, el mismo Dios se entrega por la humanidad. 
 
Es una semana para descubrir el inmenso amor de Dios, quien fue capaz de entregar la vida para la salvación de todos nosotros. Es una oportunidad para volver a las fuentes de nuestra fe y descubrir el inmenso amor de nuestro Dios en la vida y celebrar la Semana Santa siendo fieles a ese amor. 
 
Por eso, San Pablo contemplando la cruz de Jesús expresa: “Me amó y se entregó por mí”. Es que sin duda la mejor manera de vislumbrar el significado de esta entrega de Jesús en la cruz y el amor de Dios, se necesita la contemplación orante, capaz de comprender esta dimensión del amor. 
 
Por eso es necesario practicar un gran silencio interior. Aunque sea unos tres minutos de silencio interior al final del día y otros dos minutos de entrega en oración lo vivido en el día puede regalarnos mucha paz interior. Por ello los animo para que en esta Semana Santa seamos capaces de extender estos minutos para contemplar tantas vivencias que experimentamos a gran velocidad, lo que hace imposible gozar, ni significar los acontecimientos de la vida.
 
Precisamente, el origen de la Semana Santa fue para dar un mayor tiempo de meditación contemplativa al misterio central de la vida cristiana. En los primeros siglos de la Fe cristiana, no fue necesario organizar una semana para tiempo de contemplación orante, en forma particular, el hecho de la Muerte y Resurrección de Jesús. Se vivía a pleno el núcleo esencial del cristianismo. Y el ser cristiano se definió por ser “la comunidad de los creyentes en Jesús muerto y resucitado”.
 
Con el correr de los tiempos, este significado se fue desvirtuando y convirtiendo en diversidad de oportunidades, perdiendo el verdadero sentido de la Semana Santa que debería ser la renovación de una auténtica vida cristiana personal y comunitaria. 
 
Es por eso que para “pasar” estos días de Semana Santa en clave cristiana es bueno leer, en forma personal e íntima, meditando y orando, los pasajes evangélicos sobre la Pasión-Muerte-Resurrección de Jesús. Además de la vivencia de las celebraciones, experimentaremos la cercanía del Espíritu Santo que, en forma inefable, hará penetrar, más y más, en el Misterio Pascual. 
 
Lejos de todo sentimentalismo doliente, se logra crecer en la Fe cristiana y, a la manera de San Pablo, percibir el amor que Dios tiene por cada persona humana con nombre y apellido, ¡y poder compartirlo con generosidad con nuestros seres queridos!

P. Juan Rajimon
Misionero del Verbo Divino

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