10 de junio de 2014

El Espíritu Santo en nuestras vidas

Como Iglesia hemos celebrado el domingo pasado la fiesta de Pentecostés que nos recuerda la presencia viva del Espíritu Santo en nuestras vidas. El mundo secular y material en que vivimos no siempre permite que podamos sentir y vivir la presencia del Espíritu Santo. Hoy quiero invitarles a reflexionar sobre la tercera persona de la Santísima Trinidad, que es la fuerza dinamizadora de nuestra fe. 
El Espíritu Santo es la presencia viva de Dios en nuestra vida, como el mismo Jesús nos promete en la Última Cena: “Mi Padre os dará otro Abogado, que estará con Ustedes para siempre: el espíritu de verdad” (Jn 14, 16-17). La protección divina que siempre nos acompaña. Sin duda que solo si miramos la vida con los ojos de la fe y confiamos en la presencia del Espíritu que siempre nos acompaña guiando nuestras acciones y conduciéndonos en medio de nuestros problemas, seremos capaces de sentir su presencia que nos llena de paz y armonía. 
El Espíritu Santo nos invita a confiar en la Divina Providencia. A menudo los problemas y las dificultades de la vida nos quitan la alegría de vivir. La confianza en Dios y fuerza del Espíritu nos hace comprender la acción de Dios en nuestras vidas. Como dice San Pablo: “Sabemos que Dios va preparando todo para el bien de los que lo aman, es decir, de los que él ha llamado de acuerdo con su plan. Desde el principio, Dios ya sabía a quiénes iba a elegir y ya había decidido que fueran semejantes a su Hijo, para que éste sea el Hijo mayor. A los que él ya había elegido los llamó; y a los que llamó también los aceptó; y a los que aceptó les dio un lugar de honor” (Rom 8,28-30). Esta comprensión del plan divino nos ayudara a vivir con esperanza y fortaleza en medio de las adversidades de la vida.
El Espíritu Santo es dinamizador y nos mueve a la acción. Las imágenes del Espíritu son el viento, el fuego y el agua: él es el aliento de Dios que hace surgir la nueva creación, es la purificación y es amor que renueva a las personas y comunidades. En este sentido es el Espíritu Santo el que nos mueve a la vida personal y la vida de fe como cristianos. 
El Espíritu Santo nos enseña a orar. Es el Espíritu que nos da la fe para pedir y la seguridad de que Dios contestará. Él usa la Palabra de Dios para enseñarnos a orar. El Espíritu hace que las promesas de Dios sean verdaderas para cada uno y nos ayuda a pedirlas con fe y confianza, como nos dice San Pablo: “Del mismo modo y puesto que nuestra confianza en Dios es débil, el Espíritu Santo nos ayuda. Porque no sabemos cómo debemos orar a Dios, pero el Espíritu mismo ruega por nosotros y lo hace de modo tan especial que no hay palabras para expresarlo. Y Dios, que conoce todos nuestros pensamientos, sabe lo que el Espíritu Santo quiere decir. Porque el Espíritu ruega a Dios por su pueblo especial, y sus ruegos van de acuerdo con lo que Dios quiere” (Rom 8, 26-27).
El Espíritu Santo nos envía para cumplir la misión de evangelizar al mundo. Así como en la noche de Pentecostés envió a los apóstoles a anunciar la buena nueva, hoy nos sigue impulsando y dando fuerzas para cumplir la gran misión de amor, que es llevar  y compartir la Buena Nueva de Jesús con todas las naciones, y bautizar a todos los hombres en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. 
Pero basta con que seamos misioneros del amor y la paz en  nuestros propios hogares y en nuestras comunidades. Eso hará que el mundo vaya cambiando y llenándose de paz. Que el Espíritu Santo nos ayude a ser personas de amor y entrega generosa para no desfallecer en nuestro camino hacia el Padre.

P. Juan Rajimon
Misionero del Verbo Divino

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