El 31 de agosto, ha sido declarado por
la Organización de las Naciones Unidas (ONU) como el “Día Mundial de la
Solidaridad”. Y este acontecimiento nos invita a reflexionar sobre la
urgente necesidad de promover la solidaridad en nuestra sociedad.
Vivimos en un mundo con grandes diferencias entre pobres y ricos, el que
tiene y no tiene, el que puede y no puede.
El
criterio que nos guía suele ser una desmedida preocupación por el
bienestar personal y del entorno familiar únicamente. Las demás
necesidades suelen verse como un problema que no me afecta, por lo tanto
no es mi responsabilidad preocuparme por encontrar soluciones. Y este
mismo criterio se traslada a nivel internacional, donde los países que
más tienen cierran sus fronteras hacia los que menos tienen.
Es
necesario que pensemos en un cambio de paradigma, optando por la
cooperación y colaboración mutua a favor de todas las naciones y los
pueblos para acabar con la pobreza y tantas desigualdades que viven
nuestros hermanos. Para ello necesitamos que nuestras relaciones
interpersonales, desde la base, sean fortalecidas por el ideal del amor y
la solidaridad. Es necesario salir al encuentro del “otro”, teniendo
como prioridad el “nosotros”, por encima del “yo”. Es el verdadero
desafío de estos tiempos, en un mundo que nos lleva cada vez más a un
mayor individualismo y signado por el egoísmo.
De
allí que el valor del amor y la solidaridad deban ser inculcados desde
la primera infancia en nuestros niños y jóvenes. Se trata de un estilo
de vida que se adquiere en el hogar, donde aprenden a compartir y ser
solidario con quienes interactúan los primeros años de vida.
También
es lo que aprenden en la escuela y en la sociedad, gracias a los gestos
y actitudes concretas que en ellas se promueven. Es decir que como
adultos, hemos de construir una sociedad donde las generaciones jóvenes,
puedan valorar y fortalecerse en la solidaridad.
Creo
que la respuesta a tantas situaciones de crisis social que vivimos, es
la falta de amor y solidaridad. A menudo se confunde la “solidaridad”
con “asistencialismo”; recurso que utilizan muchos de nuestros gobiernos
y organizaciones que pregonan el bien común. Sin embargo, la verdadera
solidaridad consiste en acciones de amor y generosidad desinteresada.
Es
decir que solidaridad es la acción de una persona o un grupo que ofrece
ayuda hacia otra persona o institución para poder cumplir un propósito u
objetivo, sin pensar en sacar rédito del ofrecimiento que realiza. Se
trata de dar una vida digna a tantos que no pueden, ni tienen la manera
de sostenerla en el tiempo.
Es
compartir la vida de manera desinteresada. Es pensar en pos de proyectos
que puedan dar vida a personas, comunidades, pueblos y naciones. El
trabajo compartido y realizado en equipo facilita el verdadero
desarrollo y comunión, permitiendo sentirse apoyado y sostenido cuando a
uno le faltan las fuerzas para seguir caminando en la vida. Obviamente
cada uno de nosotros tenemos una misión que cumplir frente a tantas
carencias que viven nuestros hermanos que nos rodean. Y sin duda que
cuan mayor es el cargo que ocupamos o la responsabilidad que se nos ha
asignado, mayor es la obligación hacia este valor de solidaridad y
amor.
Pronto estaremos viviendo
una etapa muy importante como nación, al prepararnos para las elecciones
de nuestros futuros dirigentes. Ojalá sea este un espacio de mirada
seria y responsable que nos permita optar por personas generosas y
solidarias, capaces de sacrificar los beneficios personales en favor de
la comunidad para que puedan cumplir con la función de conducir a
nuestros pueblos.
Que cada uno,
desde el lugar que ocupa, demos pasos firmes que nos conduzcan hacia el
amor y la solidaridad, haciendo realidad las palabras de San José
Freinademez, el gran misionero verbita que evangelizó a los chinos: “El
lenguaje de la caridad y el amor es el único idioma que entienden los
hombres”.
P. Juan Rajimon
Misionero del Verbo Divino
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