En noviembre celebramos la
solemnidad de Todos los Santos y junto con ellos el Día de Todos los
Difuntos. La fiesta de todos los santos conmemora a tantas personas que
han vivido la santidad, desde el silencio y los conocemos y su ejemplo
de vida es digno de ser imitado. La conmemoración de todos los difuntos
nos hace reflexionar sobre el gran misterio de la vida. Estas dos
solemnidades nos invitan a vivir profundamente nuestra vocación de ser
santos y mantener esta conexión tan necesaria con nuestra historia y
nuestros antepasados, que nos alienta a aspirar la santidad como nuestra
meta final.
Cuando hablamos de
la santidad tendemos a pensar en una vida perfecta, casi angelical, de
muchas personas que han sido declarados como santos. Obviamente hay
santos que brillan por la heroicidad de sus virtudes, que han realizado
obras extraordinarias, milagros, haciendo que el poder y la gracia de
Dios se hagan presente entre nosotros. Si uno mira la historia de vida
de muchos santos vemos que casi todos ellos han sido personas que han
vivido su vida con una gran intensidad y pasión.
Más
de una vez la santidad no solo se trata de obras heroicas, sino pasa
por la fidelidad en lo pequeño y cotidiano, que muchas veces pasa
desapercibido para los ojos humanos, pero son bien valiosos ante los
ojos de Dios. La santidad no es sinónimo de la perfección, sino que
representa a personas que han sido llenos de fragilidades y altibajos,
pero con la diferencia de un gran sentido de lucha, esfuerzo sincero y
entrega generosa. Han sido personas que tuvieron que afrontar
dificultades y luchas como todo ser humano, pero supieron soportar las
pruebas y superar las adversidades con la confianza en la Divina
Providencia, sabiendo que Dios está cerca y su amor hace posible aun
aquello que son imposibles desde la lógica humana.
Pero,
¿es posible ser santo, ser santa? Dice la palabra de Dios: “Sean
perfectos como el mismo Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48) Si uno
mira humanamente a primera impresión seguramente es algo imposible, pero
si contemplamos este llamado desde la fe nos damos cuenta que la
santidad es posible para todos los bautizados, porque se trata ante todo
una obra de Dios en nosotros. Dios nos utiliza para completar Su obra
en cada uno de nosotros, ciertamente respetando nuestra libertad y con
nuestra cooperación. La santidad es el regalo de Dios para todos los
hombres y mujeres de fe.
Cuando
conmemoramos a nuestros seres queridos difuntos y recordamos a todos los
santos en los próximos días ojalá que podamos mantener vivo este deseo
de ser personas santas. El verdadero camino de santidad que implica un
apostarse de manera permanente al bien, siendo personas de bien con una
profunda generosidad. Que sea nuestra oración y meta, hacer el mayor
bien en el lugar y la misión que nos toca a cada uno, en lo sencillo y
cotidiano.
La santidad es un
camino que vamos recorriendo cada día. Implica tomarse un tiempo para
pensar, contemplar y planificar la vida para que nuestra vida sea un
verdadero camino hacia la santidad. En todo momento de nuestra vida, el
criterio para nuestro actuar sea como nos pide San Pablo, "revestirnos"
día a día de los mismos pensamientos, sentimientos y actitudes de
Cristo, y que podamos decir como San Pablo al final de nuestra vida: “He
peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe” (2
Tim. 4:6-8). Implica mantener vivo el esfuerzo sostenido y la
perseverancia para que nuestra vida sea un verdadero camino de
santidad.
P. Juan Rajimon
Misionero del Verbo Divino
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