Estamos en una época del año en
que toda la sociedad argentina tiene gran parte de sus expectativas
puestas en las próximas elecciones. Sin duda que en medio de tantas
preocupaciones y esperanzas, quisiera que reflexionemos sobre la
importancia de una vida virtuosa como camino a la santidad, lo que hace
que la vida se convierta en una verdadera alegría para compartir.
La
santidad es el llamado que todo cristiano recibe de Dios, su creador,
pero esta invitación se ratifica a lo largo de toda la vida. Hemos sido
creados para “conocer, amar y servir a Dios” en santidad y justicia. Son
estas las tres claves para una sociedad que crece y progresa: amor,
servicio y justicia. Cuando prevalecen estos tres aspectos, podemos
hablar de una sociedad democrática e igualitaria de verdad.
Cuando
nos referimos a la santidad, la consideramos como algo lejano,
inalcanzable para los seres humanos. Sin embargo, todos la podemos
alcanzar. Por eso lo ha expresado nuestro Papa, en ocasión del anuncio
de la canonización de los papas Juan XXIII y Juan Pablo II, que la
santidad se manifiesta a través de la práctica de las virtudes en la
vida de cada ser humano. Obviamente con la gracia del Espíritu Santo,
que acompaña el esfuerzo de una vida virtuosa.
Según
el Catecismo de la Iglesia Católica: “La virtud es una disposición
habitual y firme a hacer el bien. Permite a la persona no sólo realizar
actos buenos, sino dar lo mejor de sí misma. Con todas sus fuerzas
sensibles y espirituales, la persona virtuosa tiende hacia el bien, lo
busca y lo elige a través de acciones concretas” (CIC. 1803). Además de
ser el principio de vida, esto debe ser el criterio de todo ser humano
para conducir, dirigir y orientar la vida de los demás.
La
disposición se refiere a un acto de la voluntad, que permite al
corazón, a la mente y a todo el ser, ejercitar el bien aunque esto
signifique afrontar sacrificios y tener que dejar comodidades y ventajas
momentáneas. Hacer el bien es un arte, frente al impulso humano que no
siempre busca lo más bueno, sino aquello que le trae gusto y placer.
Como diría San Pablo, esto significa a veces ir en contra de nuestra
propia voluntad para llegar a adquirir los mismos “sentimientos de
Cristo” (Fil 2).
Esta disposición
debe ser habitual, es decir, una constante que se realiza día a día,
con conciencia y esfuerzo. La vida virtuosa se alcanza con perseverancia
y la fuerza interior que nos viene de lo alto. Pero ella se logra a
partir de una vida de oración y fe, que es el motor de toda persona de
bien, capaz de elegir lo bueno, aun en detrimento de sus propias
ventajas momentáneas.
También la
vida virtuosa requiere firmeza para que los vaivenes de nuestro entorno
no consuman las buenas intenciones y propósitos que se pone para un
proyecto personal y comunitario. Cuando falta esta firmeza interior,
personas con grandes ideales e ilusiones son consumidos por el entorno y
los hermosos propósitos quedan en simples buenas aspiraciones.
Que
la vida virtuosa de muchos Santos nos ayude a descubrir que es posible
caminar hacia la santidad, en las pequeñas cosas que hacemos
cotidianamente, buscando el bien y teniendo el hábito de hacer el bien.
Y
que además las próximas elecciones sean una verdadera experiencia
democrática y quienes salgan elegidos para representarnos sean personas
virtuosas que practican la prudencia, la justicia, la fortaleza y la
templanza.
P. Juan Rajimon
Misionero del Verbo Divino
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