Estamos transitando un tiempo especial
en la vida de fe como Iglesia, la Cuaresma, en el cual nos acercamos
hacia la pasión de Cristo con la esperanza puesta en la Pascua. Aunque
los signos cuaresmales nos indican un clima de austeridad y tristeza,
desde lo espiritual la Cuaresma es un tiempo de gozo, que nos invita a
experimentar la serena alegría de la conversión, del nacimiento a una
nueva vida, del encuentro, íntimo y renovado con el Señor.
Es
una experiencia de gozo, porque nuevamente Dios nos regala otra
oportunidad para renovarnos y convertirnos a su amor, a pesar de
nuestras miserias humanas y nuestra pequeñez.
La
experiencia de la contemplación de la Cruz en el tiempo de cuaresma nos
recuerda la esperanza de la gloria de la Resurrección; nos demuestra
que no hay nada imposible para Dios y que la muerte no es el fin de
todo, sino que es un paso hacia la vida nueva.
Cuaresma
es un tiempo de gozo donde nos damos cuenta que la reconciliación es el
camino a Dios en este mundo fragmentado en que vivimos. Es la respuesta
que Dios nos regala en medio de los viernes santos que vivimos a
diario: por las injusticias, falta de paz y armonía en el hogar, la
crisis social y económica.
Nos invita a confiar plenamente en el Amor Misericordioso de nuestro Dios Padre.
Es
una oportunidad para reconciliarnos con nosotros mismos. A pesar de
nuestras miserias humanas, pecados, limitaciones, arrogancias, Dios nos
llena de bendiciones, regalándonos la vida nueva.
Es
necesario, que en esta Cuaresma, no sólo miremos hacia afuera que es
muy fácil, sino que miremos hacia nuestro interior para poder
reconciliarnos con nuestra humanidad, como lo hizo Jesús nuestro
maestro.
Tratar de vivir estos
días que se nos regalan, en clave de reconciliación, nos ayuda a asumir
las muertes y la Muerte que no deja de producirse en nosotros y por
nosotros, pero también nos ayuda a luchar, a colaborar en la tarea de
transformación de la realidad. Nos ayuda a creer, a creer que su Muerte
tuvo sentido y que, como dice Pedro, sus heridas nos han curado…
El
cristiano, como nos exhorta San Pablo (1 Tes 5, 16), debe estar siempre
alegre. Pero la alegría cristiana no es huida de las propias
responsabilidades. No es un aturdirse con los placeres fugaces del
presente.
La alegría cristiana
consiste en encontrar la propia dignidad perdida, tras haber entrado de
nuevo en nosotros mismos y haber escuchado la Palabra de Cristo.
La
Cuaresma es el tiempo apto para llevar a cabo esta recuperación, este
nuevo encuentro de nuestro “yo” auténtico. Nuevo encuentro que se da en
una seria escucha de la invitación evangélica a la conversión. En un
ejercicio ferviente de las obras de misericordia, que nos disponen a
recibir misericordia.
La Cuaresma
es ocasión propicia para interrogarnos sobre la calidad y el motivo de
nuestras alegrías. Porque la cruz del cristiano tiene sentido si es una
cruz que nos llena de esperanza.
Una
cruz que muestre que por allí pasó Jesús pero que no se quedó porque el
cristiano vive la alegría de la Resurrección aún en medio de la muerte y
del dolor, porque Cristo vive y nada puede agobiarnos.
Tratemos
entonces en estos días en que revivimos los últimos días de Jesús en la
tierra, de compartir con todos la alegría de ser hijos de Dios y
descubrir el amor de Padre, al ofrecer la muerte de su hijo, como
semilla de verdadera vida.
P. Juan Rajimon
Misionero del Verbo Divino
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