Los preparativos que vemos y escuchamos
en los últimos días nos recuerdan que estamos nuevamente frente a los
festejos de un nuevo aniversario de nuestra ciudad que tiene como
Patrono a San José. Esta fiesta nos invita a reflexionar sobre las
virtudes que llevaron a José a los altares de la santidad y nos anima a
seguir sus pasos tomándolo como ejemplo de vida para todos los
cristianos.
Los tiempos de crisis
que vivimos nos desafían a ser personas de fe y confianza plena en
Dios, aun en medio de tantas adversidades y quebrantos de la vida. Esa
confianza que le dio fuerzas a San José a decir “sí” a la voluntad de
Dios.
Las Sagradas Escrituras lo
caracterizan como el hombre justo (Mt. 1, 19), que Dios preparó desde
toda la eternidad para que hiciera de padre de Jesús, esposo y custodio
de la Santísima Virgen María. Es una de las tantas virtudes que
rescatamos de su vida y que hemos de tenerla muy presente, especialmente
en nuestros tiempos en que la justicia no es practicada por todos. Un
hombre llega a ser justo en la medida de que es capaz de ser una persona
de bien, tanto en las pequeñas como en las grandes decisiones y que
está por encima de sus deseos y necesidades particulares.
En
este sentido, podemos tener a San José como ejemplo de fidelidad:
fidelidad en su matrimonio como esposo, en su familia como padre.
Creo
que lo más importante en la vida de San José, como esposo y padre, fue
la presencia de Dios en cada momento fundamental de su vida. Fue un
hombre fiel a la voz de Dios al aceptar a María como esposa, fiel a la
responsabilidad que tenía como padre. Por todo esto hemos de tener en
cuenta que lo que nos lleva a la santidad es la fidelidad en las
pequeñas y grandes cosas que hacemos en la vida cotidiana. La fidelidad
en la misión de Dios, fidelidad a la palabra dada, a la decisión tomada;
fidelidad a la misión que Dios me ha encomendado en esta tierra, en lo
que hago a diario.
San José ha
sido un hombre que supo escuchar la voz de Dios, aun en medio de las
dudas, desencantos y adversidades de la vida. En este sentido ha sido un
hombre de profundo silencio interior y constante oración, abierto al
Espíritu Santo y dispuesto a cumplir la voluntad de Dios en todo
momento. Se destacó por su calma y confianza en Dios frente a los
acontecimientos cotidianos de la vida. Se lo llama el “Santo del
silencio”. No conocemos palabras expresadas por él, tan solo conocemos
sus obras, sus actos de fe y amor.
En la vida de San José tenemos una expresión cotidiana de amor a la vida de familia y al trabajo.
En
nuestros tiempos en que el trabajo se ha vuelto una mercancía, la
persona de San José nos enseña a santificar la vida a través del
trabajo. En este sentido nos invita a realizar cada tarea con amor y
pasión para que Dios pueda cumplir su misión a través de nuestro
servicio a las personas y a la sociedad. Esto nos ayudará a superar
tantas crisis que vivimos a nivel social en nuestros ámbitos laborales.
En
un mundo en el que se pregona la libertad y la autosuficiencia, el
ejemplo de San José nos invita a la obediencia total a la voluntad de
Dios. Es un acto de libre voluntad y fe que nace del corazón y que nos
orienta en los distintos momentos de la vida.
Cuando falta esta obediencia perdemos la gran libertad y empezamos a ser esclavos de nuestros propios temores.
La
persona de San José nos anima a confiar plenamente en Dios, desde una
entrega total a su voluntad, aceptando ser su instrumento para cumplir
la misión divina en el lugar que nos toca compartir. Que por intercesión
de San José, logremos vivir la santidad siendo fieles en los
acontecimientos cotidianos de nuestra vida.
P. Juan Rajimon
Misionero del Verbo Divino
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