Vivimos en un mundo tan competitivo que
más de una vez nos preocupamos simplemente por lograr nuestros
objetivos y propósitos de la vida y no es frecuente que nos detengamos a
“vivir” la vida en plenitud.
Generalmente
olvidamos disfrutar de los momentos importantes que ella nos ofrece y a
medida que pasan los años vamos llenando nuestros recuerdos con
situaciones negativas y difíciles que hemos vivido. Es por ello que los
invito para que, en esta Cuaresma, no dejemos pasar esta buena
oportunidad de contemplar el don de la vida que Dios nos ha regalado.
Creo
que es importante reconocer tantas bendiciones que el Padre bueno nos
regala en la vida, agradecer lo que somos y gozar de las múltiples
cosas buenas que hacemos a diario. Pero también es importante reconocer
que nuestro valor no depende de lo que hacemos, sino más bien de lo que
realmente somos como personas e hijos de Dios.
Es
necesario tener un claro sentido de nuestro verdadero valor en la vida
porque nos ayudará a relacionarnos positivamente con los demás. Cuando
conocemos nuestro propio valor, tratamos bien a los demás y
desarrollamos relaciones sanas con quienes compartimos.
También
reconocer nuestro verdadero valor, nos otorga confianza para enfrentar
nuevas situaciones y desafíos. Pero, sin embargo, no siempre es fácil
descubrir o apreciar nuestro valor real.
A
menudo la sociedad actual y muchas de las publicidades que vemos en los
medios de comunicación tratan de imponer la idea de que nuestro valor
estaría determinado por lo último que determina la moda de vestir o el
uso de la nueva tecnología.
Los
anuncios o publicidades tratan de convencernos de que si compramos cosas
materiales nunca tendremos que preocuparnos de ser populares o tener
muchas amistades, lo que resolvería la soledad, el vacío interior y nos
regalaría la alegría de la vida.
Todo
esto como contrapropuesta del mensaje de cuaresma que nos invita al
encuentro con uno mismo a través del ayuno, la abstinencia y la oración.
Descubrir la gran riqueza y valor de nuestro ser desde la fuerza del
Espíritu. A partir de ahí nos invita a ser personas de servicio, con un
amor incondicional y una entrega generosa. Ser personas capaces de
compartir la gran riqueza de la vida con nuestros seres queridos.
Más
de una vez estamos llenos de tanto activismo que no podemos gozar de
las pequeñas cosas de la vida. Es que nos han entrenado para creer que
“vale más el hacer, que el ser”, sentir que valemos en la medida que
“hacemos las cosas y conseguimos los resultados”, sin tener en cuenta
los valores que debe cultivar cada persona. Obviamente esos resultados
tienen su valor.
Por eso muchas
veces vivimos aplaudiendo a los que hacen cosas espectaculares y los que
no las hacen no entran en nuestra consideración. Con mucha pena quedan
afuera de nuestra prioridad los minusválidos, los ancianos, los
enfermos, que logran pocos resultados.
El
verdadero valor de la vida va más allá de las cosas que hacemos. Dios
nos ama cuando nos salen bien las cosas y también cuando no logramos los
resultados esperados. Creo que la mejor manera de vivir la vida es
siendo personas agradecidas, valorando y descubriendo lo bello que es la
vida y todo lo que nos rodea. Que al ser personas agradecidas por el
don de la vida, seamos capaces también de descubrir el amor de Dios que
nos llega a través de nuestros seres queridos, lo que nos llevará a
superar las adversidades de la vida.
Reconocer
el verdadero valor de la vida nos ayudará a mantener un corazón
positivo que nos permitirá sobreponernos a toda negatividad para mirar
la vida con esperanza a pesar de las cruces de cada día. Que esta
Cuaresma, sea una oportunidad para descubrir ese verdadero valor de
nuestra vida y creer profundamente en un Dios que nos ama.
P. Juan Rajimon
Misionero del Verbo Divino
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