Sin duda que, en estas últimas semanas,
son muchas las invitaciones que llegan a nuestros oídos. Por un lado,
recibimos el llamado a prepararnos para celebrar una de las fiestas más
importantes del año litúrgico: Pascua de Resurrección, que es el
acontecimiento salvífico por excelencia de nuestro Dios que nos llena de
esperanza.
Pero además son
muchas las propuestas para pasar la Semana Santa de una manera distinta:
con un viaje hacia las playas, montañas o al menos con un mini turismo
religioso.
Obviamente que no hay
nada malo en hacer un alto en el trabajo y descansar un poco de tantas
corridas del año. Pero también estos próximos días, es la oportunidad
ideal para hacer un viaje interior que nos ayude a significar y vivir
profundamente el gran misterio pascual que estamos por celebrar.
Los
festejos de la Pascua están anticipados por la Semana Santa, que nos
recuerdan la pasión y muerte de Cristo, donde, manifestando su amor, el
mismo Dios se entrega por la humanidad.
Es
una semana para descubrir el inmenso amor de Dios, quien fue capaz de
entregar la vida para la salvación de todos nosotros. Es una oportunidad
para volver a las fuentes de nuestra fe y descubrir el inmenso amor de
nuestro Dios en la vida y celebrar la Semana Santa siendo fieles a ese
amor.
Por eso, San Pablo
contemplando la cruz de Jesús expresa: “Me amó y se entregó por mí”. Es
que sin duda la mejor manera de vislumbrar el significado de esta
entrega de Jesús en la cruz y el amor de Dios, se necesita la
contemplación orante, capaz de comprender esta dimensión del amor.
Por
eso es necesario practicar un gran silencio interior. Aunque sea unos
tres minutos de silencio interior al final del día y otros dos minutos
de entrega en oración lo vivido en el día puede regalarnos mucha paz
interior. Por ello los animo para que en esta Semana Santa seamos
capaces de extender estos minutos para contemplar tantas vivencias que
experimentamos a gran velocidad, lo que hace imposible gozar, ni
significar los acontecimientos de la vida.
Precisamente,
el origen de la Semana Santa fue para dar un mayor tiempo de meditación
contemplativa al misterio central de la vida cristiana. En los primeros
siglos de la Fe cristiana, no fue necesario organizar una semana para
tiempo de contemplación orante, en forma particular, el hecho de la
Muerte y Resurrección de Jesús. Se vivía a pleno el núcleo esencial del
cristianismo. Y el ser cristiano se definió por ser “la comunidad de los
creyentes en Jesús muerto y resucitado”.
Con
el correr de los tiempos, este significado se fue desvirtuando y
convirtiendo en diversidad de oportunidades, perdiendo el verdadero
sentido de la Semana Santa que debería ser la renovación de una
auténtica vida cristiana personal y comunitaria.
Es
por eso que para “pasar” estos días de Semana Santa en clave cristiana
es bueno leer, en forma personal e íntima, meditando y orando, los
pasajes evangélicos sobre la Pasión-Muerte-Resurrección de Jesús. Además
de la vivencia de las celebraciones, experimentaremos la cercanía del
Espíritu Santo que, en forma inefable, hará penetrar, más y más, en el
Misterio Pascual.
Lejos de todo
sentimentalismo doliente, se logra crecer en la Fe cristiana y, a la
manera de San Pablo, percibir el amor que Dios tiene por cada persona
humana con nombre y apellido, ¡y poder compartirlo con generosidad con
nuestros seres queridos!
P. Juan Rajimon
Misionero del Verbo Divino
P. Juan Rajimon
Misionero del Verbo Divino
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