El domingo pasado hemos celebrado el
acontecimiento central de nuestra fe, la resurrección de Jesús. La
Pascua de Resurrección no es un simple hecho anecdótico, sino que es un
suceso trascendental que cambia toda nuestra realidad. La resurrección
de Cristo es motivo de alegría y felicidad porque nos da la certeza de
una vida que no termina con la muerte, sino que nos asegura la vida
eterna. Como nos dice San Pablo: “¡Cristo resucitó! Esto nos enseña que
también resucitarán los que murieron” (1Cor 15, 20).
Los
que tenemos unos cuantos años de vida, hemos celebrado muchas pascuas y
a menudo suele ser un acontecimiento más que pasa sin significar
demasiado en nuestra vida. Por eso quisiera que reflexionemos el
verdadero sentido que debemos dar a la resurrección de Cristo en nuestra
vida ya que es una experiencia vital. Los apóstoles, cuando vieron a
Jesús, se dieron cuenta de que la muerte había sido vencida. Por eso
cada fiesta de Pascua debe ser una oportunidad para renovar nuestra
experiencia de un Dios vivo y presente.
Esta
experiencia de un Dios vivo nos hace mirar los acontecimientos de la
vida con los ojos de la fe. Muchos de nuestros problemas cotidianos nos
quitan la alegría de la vida y no son pocos los que viven como muertos
en la misma vida, sin esperanza y sin entusiasmo; algo muy similar a lo
que vivieron los mismos apóstoles inmediatamente después de la muerte de
Jesús. Sin embargo, la experiencia de la resurrección les regaló una
vida nueva: superaron los miedos y los desánimos para iniciar el anuncio
de la Buena Nueva. Es la experiencia que hemos de vivir cada vez que
celebramos la Pascua de Resurrección, sentirnos renovados y animados
para cumplir la misión con alegría y entusiasmo.
Como
sociedad es una invitación para renovar nuestro compromiso mutuo de
amor y fidelidad, a la misión que Dios ha encomendado a cada uno de
nosotros. Jesús nos propone el camino de las bienaventuranzas, que es el
camino de la felicidad más auténtica: el camino de la libertad, que es
desprendimiento de lo superfluo; el camino de la paz, siendo pacíficos
de corazón y pacificadores en medio del mundo, el camino de la
misericordia; el camino de la pureza de corazón; el camino del hambre y
sed de ideales grandes y de santidad.
La
resurrección de Cristo nos muestra que nuestra vida no termina con la
muerte; y ese acontecimiento nos lleva a comprender y a comprometernos
más con todo lo que nos rodea. Él nos regala la esperanza de la vida
eterna que nos asegura la victoria sobre la muerte. Cristo está vivo,
es el mediador entre el cielo y la tierra. Él renueva y transforma toda
nuestra realidad con su amor. La historia humana, al unirse al amor de
Cristo, se transforma en historia de salvación. La resurrección de
Cristo también es una continuidad de este inmenso amor del Padre a toda
la humanidad que supera y vence todas las cruces de nuestra vida
cotidiana.
La resurrección de
Cristo es un abrirnos a la acción del Espíritu Santo en la fe. El
Espíritu de Dios, el Espíritu del resucitado que nos guía para mirar la
vida no desde los signos de la muerte, sino desde la esperanza de la
vida eterna. Nos invita a una profunda alegría para ser testigos de su
resurrección en nuestro entorno. Así como en la primera comunidad
Cristiana ojalá que se puedan percibir los frutos de la resurrección en
el amor y la alegría que se vive y se comparte para que la Pascua
adquiera su verdadero sentido.
¡Que tengamos todos una ¡Feliz Pascua de Resurrección!
P. Juan Rajimon
Misionero del Verbo Divino
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