Hoy, 13 de mayo, recordamos un nuevo
aniversario de la aparición de la Virgen María a los pastores de Fátima.
Desde aquel 1917, miles de peregrinos se acercan a este santuario para
pedir las bendiciones mediante la intercesión de la Madre Celestial. Es
bueno que reflexionemos sobre el lugar que ocupa María en nuestra vida
de fe.
María es intercesora ante
Dios y su hijo Jesucristo. Cuando nos dirigimos a ella nos dejamos guiar
por la certeza espontánea de que Jesús no puede rechazar las peticiones
que le presenta su Madre, apoyándonos desde luego, en la confianza
inquebrantable de que ella es también Madre nuestra.
Una
Madre que ha experimentado el sufrimiento más grande de todos y es
fuente de consuelo y alivio para nuestros temores y preocupaciones. Ella
nos protege maternalmente para que en su amor podamos sentirnos
confortados.
En todos los centros de devoción mariana se pone de manifiesto la contemplación de la relación entre la Madre y su divino Hijo.
Tanto
María como Jesús nos enseñan el valor de la entrega generosa de la vida
por causa de los demás. El verdadero sentido de la vida no depende
solamente de los éxitos personales que logremos, sino del cumplimiento
de la voluntad del Padre, que a veces hasta implica fracasos; pérdidas,
dolor y decepciones. Se trata de una gran generosidad donde uno se
entrega como don de sí mismo, al designio divino.
En
esa entrega, María es mediadora del flujo de gracia que brota de la
Cruz, desde el momento en que su Hijo Jesús la entregó como Madre de
toda la humanidad. “Mujer ahí tienes a tu hijo” (Jn 19,26), encomendando
a ella el cuidado de cada uno nosotros.
También
el mismo Jesús nos la presenta diciendo: “Ahí tienes a tu Madre” (Jn
19,27). En el momento de su sacrificio por la humanidad, Jesús no se
olvidó de nosotros y nos regaló en la figura de su Madre a una compañera
de camino que con su amor incondicional, cuida y se ocupa de cada uno.
Quienes
todavía peregrinamos en medio de tantas adversidades, angustias y
peligros, debemos hacerlo con la confianza plena de que junto a ella
llegaremos a la patria feliz.
En
este caminar, María quiere hacernos comprender el amor extremadamente
misericordioso de nuestro Dios, como también, su eficaz intercesión.
Nuestra gratitud por la ayuda continuamente experimentada, lleva consigo
de algún modo, el deseo de reconocerla más allá de su mediación frente a
las necesidades del momento para tenerla presente en todo tiempo y
lugar.
María nos hace comprender
la amplitud y profundidad de nuestra vida como cristianos, y con
maternal delicadeza nos conduce a reconocer que todo en nosotros debe
ser una respuesta al amor rico en misericordia de nuestro Dios. En este
sentido Dios, que es la fuente de todo bien y no quiere otra cosa más
que nuestra verdadera felicidad, tiene el derecho de exigirnos una vida
que se abandone sin reservas, con alegría y valentía a su voluntad, y
que a la vez se esfuerce para que quienes nos rodean hagan lo mismo.
En
Dios el presente es seguro; y solamente en Él hay futuro. En efecto,
cuando dejamos que su amor actúe totalmente sobre nuestra vida y
proyectos, se manifiestan maravillas. Sólo con el amor de María, el
poder infinito del Padre y la misericordia interminable de su amado Hijo
las pequeñas cosas de la vida cotidiana alcanzan su real sentido, y los
grandes problemas encuentran solución. Continuemos con la certeza de
que de la mano de la mejor Madre podremos aliviarnos y sentirnos
seguros, porque ella intercede, nos protege y sostiene en este caminar.
P. Juan Rajimon
Misionero del Verbo Divino
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