El 31 de julio celebramos la fiesta de
San Ignacio de Loyola, que además de fundar la Compañía de Jesús, ha
dejado un gran legado espiritual para toda la humanidad.
La
vida de San Ignacio y su obra es un gran ejemplo para tantos cristianos
que viven en permanente búsqueda de su propia existencia y su relación
con Dios. Nos anima a una profunda relación con Dios en la oración,
unida a la acción evangélica hacia los hermanos.
A
través de los Ejercicios Espirituales, San Ignacio nos enseña a
encarnar la espiritualidad en la vida concreta. A menudo tendemos a vivir
la experiencia de Dios, con momentos aislados de oración, acciones de
gracias, pedidos… Sin embargo San Ignacio nos propone un estilo de vida
centrada en Dios y en la persona de Cristo, que obviamente no puede
estar lejos del hermano.
San
Ignacio nos demuestra el verdadero rostro de un Dios, que no es alguien
que se encuentra solo en ciertos espacios o momentos sagrados, sino que
“habita en las criaturas” (EE 235) y trabaja “en todas las cosas
creadas sobre la tierra” (EE 236). Es una invitación para sentir la
presencia viva de Dios en todas las realidades de la vida cotidiana.
En
este mundo consumista en que vivimos, también nos hemos acostumbrado a
que Dios sea un simple auxilio en los momentos de necesidad y
fragilidad. San Ignacio nos anima a iniciar una verdadera búsqueda de la
experiencia de Dios y tener una consciencia de Dios en todos los
momentos de la vida. “Ver a Dios en todas las cosas” o más bien
contemplar la vida con los ojos de la fe.
Para
el cristiano las realidades de la vida (y no sólo las supuestamente
sobrenaturales) son el milagro de la presencia activa de Dios en ellas.
La
escuela de los EE ayuda a colorear el cristal del cristiano de hoy para
ver a Dios en todas las cosas. Ignacio supera así, no en forma teórica
sino como vivencia, el dualismo mundo-Dios.
La
espiritualidad ignaciana nos llama a profundizar nuestra vida
espiritual, más allá de lo superficial. Nos propone un cambio radical de
actitud frente a la existencia y una transformación interior duradera,
consciente de los engaños de las apariencias superficiales. No se trata
de una visión mística del mundo, desencarnada de la realidad, sino que
invita al ejercitante a aplicar sus sentidos y contextualizar de manera
histórica el mal y la acción de Dios en el mundo.
Para
San Ignacio, las cosas no son valiosas por sí mismas, solo son medios
para servir a Dios en las personas. Su optimismo radica en su confianza
en que los medios humanos son eficaces para que se dé en el mundo la
acción de Dios y la realización del hombre. Dicho de otro modo, el
hombre no está fatalmente abandonado a la suerte, al destino o al
capricho de unos dioses que juegan con los seres humanos.
Ignacio
busca, por tanto, tener o no tener los medios que conducen de manera
más eficaz y testimonial al servicio del Reino de Dios. Es la
radicalidad del “más”: mayor fe, esperanza y amor (1Cor 13,13). Es una
visión de fe optimista, basada en la esperanza de que el amor es capaz
de convertir al mundo.
Y un amor
que, sin duda “se debe poner más en las obras que en las palabras” (EE
230). Que la vida y ejemplo de San Ignacio de Loyola nos ayuden a vivir
con más fervor y esperanza nuestra vida como Cristianos.
P. Juan Rajimon
Misionero del Verbo Divino
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