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Inmersos en una ciudad movida por las
compras y elección de regalos, el domingo pasado hemos celebrado el
Día del Niño. Leyendo varias cosas sobre esta celebración encontré una
encuesta muy interesante en uno de los periódicos nacionales donde
especificaba que la mayoría de los padres no habían regalado lo que el
niño quería en su día. Es decir que a pesar del esfuerzo de muchos papás
por satisfacer los pedidos que hacen los pequeños, en esta oportunidad
no fue posible complacerlos. A partir de esa lectura me pareció
importante invitarlos a reflexionar sobre las cosas hermosas que podemos
regalar a los hijos sin tener que pensar sólo en regalos costosos…
Creo
que el mejor regalo que cada papá y mamá puede hacer a sus hijos, sin
entrar en grandes gastos, es agradecer a Dios por la bendición y regalo
de la vida de sus hijos, tomándose el tiempo necesario para compartir
con ellos y enseñarles a compartir lo que significa amar y servir con
una entrega generosa, lo que comprende el misterio del amor Divino. En
este mundo secular en que vivimos, el mejor regalo que podemos dar a los
hijos es una formación cristiana para que sean capaces de tener fe y
esperanza pudiendo superar así las adversidades de la vida.
Los
padres representan la primera imagen del amor de Dios para los hijos, y
el ejemplo y testimonio vivo en el hogar hace posible esta vivencia del
amor tan importante para los niños. La experiencia de oración y
silencio interior permite el crecimiento espiritual de los niños que
muchas veces la sociedad actual descuida…
Muchos
en este tiempo ponen demasiado énfasis en los estudios, que los hijos
sean “alguien” en la vida, que logren una profesión, un buen trabajo, un
bienestar económico que ellos como padres tal vez no han logrado, un
buen futuro, etc. Y claro, ¿quién no quiere esto para sus hijos? Pero
además de ser exitosos en la vida es bueno también aspirar y enseñar a
los hijos que sean una bendición para los demás, con una vida espiritual
que esté por encima de las aspiraciones materiales.